Amanece en una cima del Pirineo. El paisaje que contemplamos sobrecoge y asombra. Nos rodea un mar de cumbres, neveros, valles profundos aún en sombras, barrancos que braman un sordo rumor al despeñarse por las laderas... Parece que todas las teselas de este gigantesco mosaico siempre han estado aquí y siempre lo estarán. La realidad es bien distinta. La historia de la Tierra, de la que nuestro Pirineo es una mera porción, es una película de 4600 millones de años en los que se suceden los mares y las cordilleras, los desier- tos y los bosques, como en el cine los besos y los disparos. Nuestro planeta está sometido a permanentes cambios, inapreciables a escala de nuestras cortas vidas pero ineluctables. No podemos detenerlos, somos parte de este largo viaje en el tiempo. Los que nos dedicamos a las Ciencias de la Tierra vemos con cierta amargura que en casi todas las guías y libros sobre naturaleza, la geología –si es que figura- aparece tratada de puntillas y a veces “a patadas”. Nuestra capacidad de percepción de la naturaleza se limita a animales y plantas, ignoramos el substrato que hace posible todo lo demás. Si al Pirineo le quitamos las rocas, sus tipos, colores, formas... ¿qué nos queda? Montañas de piedras, roca viva en permanente cambio. Nadie puede proclamarse amante de la naturaleza si conoce veinte especies de flores pero no distingue un anticlinal de un sinclinal, un granito de una caliza, un paisaje glaciar de uno fluvial... La guía que tienes en las manos pretende ser un humilde bastón en el que te apoyes en casa o en el campo, una llave para abrir el pai- saje de estas montañas pirenaicas que tantas satisfacciones nos dan. El conocimiento nos lleva al amor, y éste a la necesidad de proteger.