Cada país de los que habían tenido súbditos encerrados y exterminados en los campos nazis hizo lo necesario para que el mundo conociera, tuviera una idea, de lo que representaba el genocidio organizado por los hitlerianos. Judíos, franceses, belgas, ingleses, italianos, checos, polacos, soviéticos, etc. fueron reconocidos por sus gobiernos, honrando sus sacrificios. Los republicanos, combatientes antes que nadie contra el fascismo y la barbarie, se encontraban situados al margen, formaban parte de los «dejados de lado». A la hora de dar cuenta de lo que habían sido aquellos años de defensa de la democracia y de los derechos humanos, ningún gobierno se interesó por aquel drama que todavía vivían millares de jóvenes españoles y de los que habían salido por las chimeneas de los crematorios. La dictadura franquista les había arrebatado la nacionalidad española y no reconocía su existencia. Nadie hizo saber al mundo que los españoles habían sido el primer grupo étnico entrado en el campo de la muerte. Sólo unos cuantos de aquellos irreductibles salidos vivos se impusieron, tras la liberación, el obrar de manera para que no se olvidara su gesta yendo hasta el sacrificio final, y que la Historia de la Humanidad pudiese hacer un día mención de los hechos históricos que nadie tuvo en cuenta.