Otal es un pequeño pueblo del Alto Aragón, allá en Sobrepuerto, al NO de Sobrarbe y perteneciente al ayuntamiento de Broto, en donde palpitó la vida durante varios siglos, hasta que en 1969 emigraron sus últimos habitantes, desapareciendo la vida permanente. Porque de forma temporal, continuaron subiendo durante el verano dos vecinos con sus rebaños de ganado lanar y vacuno, desde su domicilio invernal en Biescas, hasta 1999. Se trata de los hermanos Pascual Sanromán Sampietro y de su hermana Presen, de casa o Royo, que fieles a su actividad familiar, decidieron continuarla hasta el fin de sus días, sorteando la soledad y el silencio del lugar. Creemos que se merecen esta cita como un sentido homenaje a su constancia y valentía. Tras ellos ha quedado totalmente deshabitado, jamás abandonado, porque su presencia siempre seguirá latiendo entre los que allí nacieron y vivieron. Sus orígenes se pierden en la nebulosa de los tiempos -los primeros documentos que lo citan son del siglo XI-, y, como otros lugares de la zona, surgiría por la voluntad de un grupo de personas de desarrollar allí su vida y de perpetuarla a lo largo de varias generaciones. Desde entonces, sus gentes trabajaron con ahínco para sobrevivir en un medio geográfico complicado y difícil, adaptándose a unas condiciones naturales complejas –relieve y climatología-, mediante su inteligencia, su esfuerzo y su sentido común. Pensaban que la vida humana perduraría por mucho tiempo, que de su esfuerzo se beneficiarían sus descendientes en una cadena sin fin… Así se explica su trabajo inmenso para construir unas infraestructuras básicas: trazando caminos, construyendo sólidas casas, pajares y casetas, levantando paredes enormes para sostener los campos en las pendientes laderas… Pero, llegados a la mitad del siglo XX, las circunstancias socioeconómicas cambiaron: se produce una decadencia de la economía rural, tradicionalmente autárquica, y surge con fuerza la sociedad industrial y de servicios. Hasta entonces las gentes vivían conformadas a las enormes dificultades, pues en todas partes las había, aunque ahora se vean las cosas de otra forma, con diferente perspectiva. Fuera de la zona se ofrecía una mejor calidad de vida, con nuevas condiciones laborales y dotación de servicios: en los centros fabriles, en las ciudades, en los pueblos que surgieron al amparo de los planes de regadío. Mientras que la montaña permanecía invariable, hasta allí no llegaba el progreso que se palpaba en otras latitudes. Y lo que hasta esos años parecía satisfacer plenamente las necesidades vitales de las gentes, se tornó en detestable: se abrieron los caminos para emigrar. Así surgió la ‘sicosis de la marcha’ en busca de una vida mejor. Empezaron unos, siguieron otros. Los más reacios, indecisos, o con más apego a la tierra se quedaron los últimos. Al final tuvieron que irse por la incapacidad de mantener en solitario unas condiciones mínimas de supervivencia (edificios, campos, fuentes, caminos). Desde 1969 el pueblo quedó a merced de los vientos, de las lluvias y nieves, que han reducido a escombros la mayoría de sus edificios, engullidos en parte por la vegetación, que trata de borrar las huellas del hombre, el paisaje humanizado. Cuando desaparezcamos los últimos nativos, ¿quién sabrá lo que hubo en estas tierras? Para que quede constancia, queremos ser la memoria de Otal, resumiendo en este libro la vida de este querido pueblo. Todo lo que aquí se expresa está basado en las propias vivencias del autor, de sus ascendientes y de familiares, exvecinos y descendientes que han colaborado aportando sus emotivos recuerdos y fotos. En definitiva, ofrecemos un documental, ya histórico, a los descendientes que acuden al lugar de sus antepasados por simple nostalgia y a los numerosos senderistas, simpatizantes y amigos, que llegan hasta allí para contemplar sus increíbles paisajes, formaciones geológicas y muestras de la arquitectura tradicional de piedra seca (restos de fachadas, pajares, hierberos, bordas de era, casetas, grandes abancalamientos, pilones de pastores, etc.). Y a disfrutar del más absoluto silencio.